El auge del consumo colaborativo

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A todos nos resultan familiares empresas como BlaBlaCar o AirBnb. Son nombres que han irrumpido en la vida social hace muy poco, apenas cinco años, y sin embargo ya son uno de los máximos exponentes de lo que se ha dado en llamar ‘consumo colaborativo’, y que están cambiando tanto el comportamiento social como sectores completos de actividad económica.

Y lo está haciendo porque con estas empresas, ahora los consumidores pueden intercambiar productos o servicios directamente entre ellos y no realizando compras en negocios especializados. A este fenómeno se le ha dado en llamar ‘consumo colaborativo’, rompe el paradigma del B2C (business to consumer), hasta ahora necesario para satisfacer necesidades en el mercado, para pasar al C2C (consumer to consumer), y lo mejor: ha llegado para quedarse.

Esto es posible gracias al ya más que universalizado acceso a internet, la potencia de las bases de datos (siempre detrás de este tipo de fenómenos) y la consolidación de los Smartphone, que han propiciado que emprendedores innovadores hayan desarrollado empresas cambiando el tradicional modelo de negocio.

El engrasado modelo de canales tradicionales ha funcionado perfectamente hasta la fecha. En el sector turístico, por ejemplo, los destinos (hoteles, aventuras) vendían su oferta a los mayoristas creando paquetes turísticos, y éstos a su vez se los ofrecen a los minoristas (las agencias de viaje) que se especializan en la relación con el cliente final. De esta manera se conforma este tradicional canal que ha funcionado durante tanto tiempo y que hoy sigue vigente.

Este modelo tradicional comienza a tener fisuras en el momento en el que se crean empresas como Booking (fundado en 2000 por Sicco and Alec Behrens) que hacen de intermediario y conectan directamente al destino y al consumidor, facilitando las reservas a través de una única y potente plataforma.

Con estos movimientos, el orden establecido en el mercado desde el origen hasta el consumidor sufrió su primera gran transformación. Pero no fue la última ni la más traumática. La gran transformación la estamos viviendo hoy de la mano de un movimiento llamado ‘economía colaborativa’. Pero definamos en primer lugar qué es la economía colaborativa.

Este concepto no es nada nuevo, aunque en realidad comenzó a hacerse popular en 2010 en el libro de Lisa Gansky The Mesh: Why the Future of Business is Sharing (Portfolio/Penguin, Fall 2010).

La economía colaborativa, en su origen inglés sharing economy, es un término paraguas que comprende diferentes ámbitos de la economía (finanzas, conocimiento, producción y consumo) de actividad social y alternativa a los modelos tradicionales, donde nos encontramos algunos elementos comunes. La esencia de la economía colaborativa es compartir recursos entre consumidores finales, y aunque este concepto no es nuevo, el auge del mismo ha llegado cuando la tecnología ha permitido conectar a los consumidores con una facilidad increíble.

Las finanzas colaborativas existían ya en los 80 con el desarrollo de los microcréditos que tuvieron su auge en algunos países en vías de desarrollo. Pero como en todo este ámbito, es internet el que hace expandirse con nuevas posibilidades conectando usuarios, como el crowdfunding, plataformas web para la financiación de proyectos de todo tipo a través de otros usuarios.

El conocimiento colaborativo, otro pilar de la economía colaborativa se hace un hueco en el mercado con el software de código abierto, o el open source, se instauró con la entrada de la informática y especialmente con la programación. Históricamente nació un colectivo unido por una idea central: el conocimiento y el código de los programas de ordenador debían ser ‘abiertos’, es decir, compartidos y susceptibles de ser mejorados por cualquier programador. De esa manera sería la comunidad, de una manera coordinada la que mantendría el propio software. En este contexto han nacido plataformas tan conocidas como Joomla, OpenOffice o Linux.

Por tanto, la economía colaborativa es un concepto que nos acompaña de una manera discreta desde hace muchos años y ha sido realmente la explosión de los teléfonos inteligentes y el acceso a internet los que han hecho posible el desarrollo de otra variante de la economía colaborativa: el consumo colaborativo, conectando a los consumidores finales entre sí para comprar productos o servicios. Esta idea aparentemente sencilla, ya ha puesto patas arriba algunos sectores, como el del alquiler de viviendas. Y no será el único.

¿Por qué los usuarios confían unos en otros?

Las nuevas empresas encontraron un verdadero filón de productos y servicios precisamente en el colectivo más grande del mundo: los propios consumidores. Y son los consumidores los que compran y venden productos, o prestan servicios a otros consumidores.

En el sector de la vivienda, propietarios que antes alquilaban su propiedad por años o meses, ahora ingresan cantidades más importantes si lo hacen a través de plataformas como AirBnb, que les permite alquilarlas por días la casa completa o simplemente habitaciones disponibles en cualquier casa, lo que supone una competencia directa a los hoteles y apartamentos.

En el ámbito del transporte, propietarios de vehículos que realizan desplazamientos con capacidad sobrante en su coche, lo anuncian a un precio más que competitivo en plataformas como BlaBlaCar (fundada en 2006 en Francia por Frédéric Mazzella y que entró en 2010 en España). El usuario que ofrece la plaza en el coche obtiene un ingreso extra y el que la compra, realiza el trayecto a un precio más bajo que los transportes tradicionales.

Personas que quieran deshacerse de algún producto que ya no necesitan, pueden venderlo simplemente subiendo una fotografía con un precio a plataformas como Wallapop (fundada en 2013 por Agustín Gómez, Gerard Olivé y Miguel Vicente, empresarios ya experimentados en empresas online).

La confianza en el mercado es fundamental. Perdido el miedo a comprar por internet, a lo que empresas como Amazon han elaborado decisivamente, en el consumo colaborativo es necesario confiar en el usuario que está al otro lado. Para esto, todas estas plataformas tienen un sistema de evaluación donde todos evalúan a todos, cada vez que se presta un servicio, en cada transacción, por lo que cada nuevo usuario puede ver y elegir la transacción más adecuada.

La fortaleza del consumo colaborativo

El auge de esta nueva modalidad de consumo lo vemos en la fuerza que demuestran estas empresas en su valoración económica estimada, en la capacidad de financiación que han alcanzado y, sobre todo y de manera definitiva, en el número de usuarios que ya integran estas empresas.

Las empresas del consumo colaborativo han abierto una puerta que ya nunca más se cerrará, por muchas razones. Podemos citar como más relevantes:

– Accesibilidad. Gracias a la tecnología, se rompen los tradicionales canales del mercado, por lo que los productos y servicios son más accesibles en tiempo y en espacio.
– Sostenibilidad. Se fomenta el segundo uso de los productos y completar capacidades sobrantes. Los recursos que se comparten o venden son excedentes de otros consumidores, ya sea capacidad excedente (tiempo en un alquiler, o espacio en un viaje en coche) o porque ya no necesite un determinado bien.
– Precio. Estos productos y servicios se ofrecen a un precio menor. El usuario vendedor recibe un ingreso que de otra manera no obtendría y el comprador, un producto o servicio a un precio inferior al de mercado.

La cara y la cruz de las revoluciones

Sin embargo, a pesar de todas estas ventajas y fortalezas, el consumo colaborativo representa una revolución que deberá superar los inconvenientes sociales y legales que supone cualquier transformación disruptiva, como ocurrió en las dos revoluciones industriales anteriores y en la primera revolución digital con la irrupción de internet en nuestras vidas.

Es lógico que los sectores tradicionales presenten una resistencia al cambio. Lo han hecho siempre y prácticamente es una ley del mercado: las innovaciones deben vencer a los productos tradicionales en el mercado.

Como ejemplo histórico, a finales del siglo XIX, con la invención del coche, el lobby de los fabricantes de coches de caballos y los criadores de caballos, consiguieron que se aprobara en 1865 The Locomotive Act, también llamada de la bandera roja, que limitaba a 6 km/h en el país y 3 km/h en las ciudades la velocidad de los vehículos, además de obligar a que cada coche fuera acompañado siempre de tres personas: un conductor, un mecánico y un hombre con una bandera roja que debía ir por delante del vehículo anunciando su paso. Esta ley supuso una significativa resistencia para los fabricantes de coches, que finalmente superaron claramente por las grandes ventajas que suponía el transporte por este medio.

Una reacción similar estamos viviendo con el transporte y el alquiler de la vivienda hoy. En 2014 se produjo una de las primeras manifestaciones por los taxistas en Madrid, en contra de la irrupción de Uber, manifestaciones que se han venido repitiendo en diferentes ciudades hasta la fecha.

¿Pero son únicamente resistencias sociales?

En este tour de force, cuando se presentan disrupciones tan importantes en la actividad económica y social, sobre marcos legales que aún no están preparados, a las resistencias sociales hay que añadir los obstáculos fiscales y legales.

En resumen, a favor de estas innovadoras actividades tenemos algo tan potente como la fuerza del mercado. En contra tenemos la resistencia de los sectores afectados, legislación, básicamente relacionados con las licencias que se requieren para realizar algunas actividades reguladas como el alquiler de apartamentos turísticos o transportar pasajeros en coche (taxis).
¿Son ilegales? Son empresas legales, pero en ocasiones esta disrupción puede provocar que se transgreda la legalidad. Es posible que no la empresa matriz, pero sí los usuarios que prestan servicios sin la licencia correspondiente.

Sin embargo, esto no representa un problema para estas empresas innovadoras. Su mantra, especialmente en aquellas que provienen de Silicon Valley, es que “cambiemos la realidad, aunque no toda la legalidad se adapte a nosotros, porque globalmente estamos mejorando el mundo”.

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