Más allá de la Cumbre del Clima

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Mercados21 | Más allá de la Cumbre del Clima

Mucho se ha dicho y escrito en las últimas semanas sobre la Cumbre del Clima de París, la ya memorable COP21. Tras conocerse el texto final del acuerdo, las opiniones e interpretaciones han inundado, por fortuna, todo tipo de medios y canales. Decimos, por fortuna, porque los asuntos científicos sólo saltan a la palestra de los medios cuando algo falla o se va a pique. En este caso, cuando la viabilidad del planeta (por utilizar terminología económica y política) está en solfa. Al albur del acuerdo final, los juicios son variados y contrapuestos.

Desde quienes resaltan el hito que supone haber llegado al menos a un acuerdo global, al que se comprometen 195 países; a los que hubieran querido más, ir más lejos y más deprisa. Sin embargo, se hecha en falta aún un análisis más sosegado y en profundidad de lo que supone lo conseguido en París. En Mercados21 nos quedamos con los siguientes puntos que son claves para el equilibrio medioambiental, para el desarrollo económico y el progreso de nuestras sociedades.

En primer lugar, el grado de conciencia. El texto que sale de París consigue por encima de todo un nivel de preocupación y de ocupación por preservar nuestro medio, que antes incluso del comienzo de la Cumbre, era puesto en jaque por amplios sectores políticos y económicos. Esta realidad ya supone de por sí un paso adelante muy importante. Por más que ecologistas y partidos políticos del ala verde resalten que el acuerdo es vinculante en cuanto a aspectos generales, y no entre a fiscalizar de lleno la ejecución de las medidas que cada país tiene que poner en marcha para alcanzar los objetivos. Lo más relevante: se sustituye el “mercadeo” contante y sonante de Kioto, por una corresponsabilidad de todos.

En segundo lugar, el grado de solidaridad. Visto con perspectiva de largo alcance, y no sólo con el catalejos del presente, lo conseguido en París hace justicia si se mira con imparcialidad y restrospectiva. Los países industrializados y las economías más potentes asumen que han sido los grandes beneficiados de la “economía del carbono” desde la Revolución Industrial. Por esa regla de tres, no pueden exigir a los países emergentes o que buscan vías de nuevo desarrollo dar un triple salto y pasar de ser economías primarias a abanderadas de la “economía verde”. Sería ridículo y de ilusos. A aquellos países cuyos cimientos están basados en fuentes fósiles, en especial los productores de petróleo, deben tener la oportunidad de ir adaptando sus estructuras y acceder a las innovaciones que les deben llevar a modelos productivos más avanzados. La creación del Fondo Climático de 100.000 millones de dólares que movilizarán los países desarrollados a partir de 2020, más aquellos que voluntariamente quieran sumarse, y que deberá ser revisado al alza en 2025, es un buen signo y termómetro de lo que comenzará a venir a partir de ahora. Políticas y economías que vayan contra la propia humanidad, y contra el metabolismo del propio planeta, pasarán a engrosar el archivo de ecuaciones fallidas y descatalogadas. No se trata de ser altavoz o proselitista de esa especie de ‘política de la utopía y del buenismo’, sino de ser consignatario de los avisos y alertas de ese disco duro en que se ha convertido “la mejor ciencia disponible”, como se recoge en el texto final de la COP21.

Y, en tercer lugar, el grado de avance y proyección de futuro. Más allá de los dichosos 2º C como tope de incremento de la tempertura del globo para finales de siglo con respecto al periodo preindustrial (con ser vitales), París debe ser reconocida como la salida con honores de jefe de Estado del modelo económico y de desarrollo para los próximos años. Quizá no tan rápido como muchos quisieran, pero sin pausa, las energías limpias tienen que ser el corazón que bombee la savia al resto del sistema. ¿Y qué va a suponer esto? Que las empresas y los agentes económicos sabrán que los políticos han decidido que no queda otra que insuflar dinero al crecimiento, avance y evolución de este tipo de tecnologías. Inversiones de futuro y con mirada de largo plazo. Donde debe primar la inversión estable y con absoluta seguridad jurídica y de retorno económico.

De modo que pioneros al estilo Abengoa (más allá de las consideraciones de gestión, de endeudamiento, de planificación, de atribuciones e indemnizaciones estratosféricas o de ocultación de estados de cuenta, con toda la gravedad que ello supone, y ahí la ley debe ser aplicada y dirimir lo que haya que dirimir), no estén sujetos a los vaivenes de gobiernos más o menos proclives con lo “verde”, sino que se conviertan de veras en la espina dorsal del desarrollo económico.

Que no sean rehenes o presos de ayudas y subvenciones (que después llegarán o no llegarán), sino que sean los verdaderos actores de ese complejo puzzle de intereses, que debe ser transparente y legítimo, y que llamamos por vía de simplificación ‘mercado’. Que grandes del sector energético como Iberdrola hayan lanzado su propio Manifiesto contra el Cambio Climático, y que estén haciendo esfuerzos por ser líderes en sectores renovables y en reducir sus emisiones, como desde ahora van a hacer muchos estados que hasta la fecha no habían dicho ‘esta boca es mía’, es un buen síntoma de lo que debería llegar. Al final será cierto eso de que “París no se acaba nunca”, o de que por fortuna todo vuelve a empezar ahí.

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