‘Mercados en cuarentena’

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En el siglo XIV, en Venecia, se utiliza por primera vez el término cuarentena para aplicarlo al contexto médico como consecuencia de la epidemia de la peste negra. Sin saber cuánto duraba la incubación del virus de la peste ni como se transmitía, recurrieron a políticas de aislamiento, empezando por los barcos comerciales ya que era el sistema más rápido de comunicación de la época y, por consiguiente, de propagación del virus.

Se utilizó el vocablo cuarentena porque dichas políticas de aislamiento duraban cuarenta días, número que se asociaba a la tribulación: 40 días y noches duró el Diluvio Universal, 40 años tardó en cruzar el desierto el pueblo de Israel y 40 días fue tentado Jesús en el desierto.

De la peste negra no hemos heredado únicamente el término cuarentena, sino también los ecos de sus secuelas económicas. Como consecuencia de la peste negra, murieron entre uno y dos tercios de la población europea en aproximadamente cuatro años. Puesto que las plagas no afectan a la tierra ni al capital, el factor trabajo se volvió relativamente escaso, lo que produjo un crecimiento exponencial de los salarios. Este incremento, junto con otros factores, supondría el auge de una clase social dedicada al comercio que marcaría el final del feudalismo en la Europa Occidental. Por contraposición, los retornos del capital, esencialmente la propiedad de la tierra, se precipitarían en picado.

En el estudio “Longer-run economic consequences of pandemics,” los economistas Oscar Jordá, Sanjay R. Singh y Alan M. Taylor de la Universidad de California, Davis, concluyen que la peste negra en Inglaterra multiplicó por dos los salarios y redujo entre un 5 y un 8% los tipos de interés reales, esto es, ajustados por la inflación, sobre la propiedad de la tierra. Además, en dicho estudio contrastan tipos de interés e inflación de diversos países con pandemias que matan a más de 100.000 personas del siglo XIV en adelante.

Los hallazgos de este estudio demuestran que los tipos de interés reales se reducen entre dos y tres puntos porcentuales entre las dos y tres décadas subsiguientes a la epidemia y no regresan a sus valores previos hasta unos cuarenta años después. El día 10 de abril, el número de muertos por COVID-19 superó la cifra de 100.000 personas a nivel mundial, enmarcando esta pandemia dentro de la casuística descrita en el estudio anterior. Por consiguiente, de acuerdo con esta lógica, los precios de los bonos deberían subir durante los próximos 20 a 30 años.

No obstante, a pesar de que aún usamos la acepción médica de la cuarentena, no la seguimos asociando a un aislamiento de cuarenta días. De hecho, en esta pandemia se ha recomendado mayoritariamente establecer cuarentenas de catorce días para dar tiempo al posible infectado a mostrar síntomas. Del mismo modo, el cuadro clínico de nuestra economía no tiene por qué ser análogo al de pandemias previas. Por ejemplo, COVID-19 es un virus exponencialmente más mortífero conforme nos acercamos a personas de más avanzada edad, especialmente por encima de los 60 años.

La Fed está comprando a diario los mismos bonos que compraba entre 2010 y 2013 y el BCE va a adquirir casi el 30% del balance anual

Por lo general, estas personas tienden a estar retiradas y, por tanto, no forman parte del factor trabajo, lo que da a entender que las consecuencias del estudio de la Universidad de California no tendrían por qué ser de aplicación. Al contrario, las personas en edad cercana a la jubilación o en la jubilación tienden a tener su riqueza acumulada en activos de renta fija, esencialmente bonos, ya que están sujetos a una menor volatilidad en el mercado y garantizan el pago de un interés fijo. Un número de muertes representativo en este grupo poblacional reduciría la demanda de bonos y, con ello, sus precios, causando una presión alcista sobre los tipos de interés, justamente el camino contrario a lo descrito en el estudio anterior. Esta lógica sería especialmente aplicable a países como Estados Unidos.

Del mismo modo, las políticas, tanto monetarias como fiscales, de carácter expansivo se asemejan a las políticas llevadas a cabo en tiempos de guerra puesto que durante los tiempos de guerra el Estado tiende a aumentar el gasto financiándose mediante la emisión de deuda. Para permitir esta financiación, los bancos centrales intervienen la economía comprando deuda de los Estados, además de bonos de corporaciones, e incluso participaciones en empresas.

Por contextualizar, la Fed está comprando a diario los mismos bonos que compraba entre 2010 y 2013 mensualmente, después de la crisis financiera del 2007 a 2009. Y el BCE va a adquirir en 2020 casi un 30% más del balance actual del programa de compra de activos iniciado en 2009, o casi tres veces la media de compras anuales del período 2009 a 2019. Por consiguiente, dichas medidas podrían causar presiones inflacionistas en el medio plazo. Si a este factor le añadimos un mayor riesgo de impago debido a los generalizados desajustes fiscales y el alto endeudamiento, los inversores solicitarán un mayor retorno en los bonos, produciendo un aumento de los tipos de interés en el medio plazo y reduciendo los precios.

El análisis anterior demuestra cómo dos argumentos perfectamente lógicos pueden llevar a conclusiones diametralmente opuestas y, cuando se trata de invertir, no valen medias tintas. Sin embargo, hay una serie de claves que pueden servir de guía para invertir en este período incierto.

En primer lugar, es absolutamente necesario tener claros nuestros objetivos y es que, cuando no sabes hacia dónde navegas, ningún viento es favorable. Si queremos invertir para tener una reserva de emergencia, invertiremos mayoritariamente en bonos de buena calidad crediticia. No obstante, si somos jóvenes y estamos pensando en nuestra jubilación, la mejor opción serán acciones.

En segundo lugar, es muy importante diversificar, descubrimiento que le valió el Premio Nobel de Economía a Harry Markowitz y su teoría moderna de carteras. Mediante la diversificación reducimos el riesgo mientras optimizamos los retornos. Aunque un análisis pormenorizado de cada inversión nos ayudaría a obtener mejores niveles de diversificación, sólo con incluir más de 30 acciones en una cartera ya obtenemos las ventajas de la diversificación. Por ello, normalmente es recomendable comprar fondos mutuos o ETFs que simulan índices de mercados, siendo, además también importante diversificar entre mercados o economías.

En tercer lugar, no debemos escuchar a los que han hecho viral la frase “buy the dip,” o compra en el momento más bajo del mercado, puesto que anticipar dicho momento es casi imposible. De acuerdo con el profesor H. Negat Seybun de la Universidad de Michigan, el 95% de las ganancias significativas en el mercado suceden en 90 de aproximadamente cada 7.500 días de cotización. La dificultad de anticipar exactamente esos días, que son menos de un 1%, es muy improbable.

Una buena estrategia de inversión es invertir una cantidad fija de dinero en periodos preestablecidos de tiempo, de modo que se puedan adquirir más valores cuando estos sean más baratos

De hecho, diversos estudios académicos estiman que los que tratan de predecir el mercado necesitarían acertar un 70% de las veces para obtener más retornos que en una sencilla estrategia de comprar y mantener la inversión a largo plazo. La solución es el “dollar-cost averaging” o invertir en períodos prestablecidos de tiempo una cantidad fija de dinero, lo que hace que, al invertir el mismo dinero, siempre se compre una cantidad mayor de valores cuando estos sean más baratos. Esta estrategia se suele aplicar a períodos largos de tiempo. Sin embargo, dada la reciente volatilidad del mercado, es posible reducir las inversiones a compras semanales y sacar ventaja de este mercado bajista reduciendo los riesgos.

Por último, para los inversores activos y que pueden dedicar más tiempo al análisis, deberían seguir de cerca los datos de desempleo por sector para tener una idea más clara de si serán temporales o no, los datos de confianza del consumidor y ponderar qué sectores serán rescatados.

Por ejemplo, la industria energética es eminentemente barata. El ciclo bajista del precio de materias primas puede estar tocando a su fin, lo que haría atractivas ciertas participaciones en compañías de países que las exportan. Pero hay que tener en cuenta que dichos países también sufrirán esta crisis y los índices de bancarrotas pueden dispararse, creando oportunidades en los mercados de CDS. Por último, el oro puede ser una apuesta atractiva ante un mundo largamente endeudado y con monedas muy depreciadas. De hecho, los últimos años han confirmado esta tesis.

Esta pandemia nos afecta a todos, pero las consecuencias económicas que dejará variarán mucho en cada país. Por ejemplo, países como España, muy dependientes de la restauración y el turismo, con un tejido productivo basado en microempresas y a la cola de Europa en términos de liquidez, con además una inyección fiscal de apenas un 1% del PIB, probablemente experimenten una recesión muy severa, y así lo expresa el Fondo Monetario Internacional.

Por el contrario, un país como Estados Unidos, con un 70% de los negocios categorizados como de primera necesidad y otro 15% pudiéndose llevar a cabo online, lleno de grandes empresas bien capitalizadas y con una inyección fiscal cercana al 11% del PIB, además de bien articulada, se debería recuperar con rapidez de esta crisis. Un inversor inteligente debe actuar manteniendo estas cuestiones en mente.

*Este contenido refleja la opinión del autor, no la de Morningstar. Del mismo modo, cualquier referencia u opinión que se comparta y/o exprese tiene como único objetivo informar, en ningún caso se debe entender o interpretar como consejo financiero o de inversión.

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